La Orden Seglar de los Siervos de Maria, surgida como expresión de vida evangélico-apostólica, nuestro proposito es dar testimonio del Evangelio en comunión fraternal, vivir al servicio de Dios y de los hombres inspirándonos a ejemplo de María Santísima, madre y Sierva del Señor.
lunes, 24 de diciembre de 2012
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Santa María de Guadalupe
Nuestra señora de Guadalupe
Reina de México
Emperatriz de América.
LAS
APARICIONES.
Diez años
después de la conquista de México, el día 9 de diciembre de 1531, Juan Diego
iba rumbo al Convento de Tlaltelolco para oír misa. Al amanecer llegó al pie
del Tepeyac. De repente oyó música que parecía el gorjeo de miles de pájaros.
Muy sorprendido se paró, alzó su vista a la cima del cerro y vio que estaba
iluminado con una luz extraña. Cesó la música y en seguida oyó una dulce voz
procedente de lo alto de la colina, llamándole:
"Juanito; querido Juan
Dieguito".
Juan subió
presurosamente y al llegar a la cumbre vio a la Santísima Virgen María en medio
de un arco iris, ataviada con esplendor celestial. Su hermosura y mirada
bondadosa llenaron su corazón de gozo infinito mientras escuchó las palabras
tiernas que ella le dirigió a él. Ella habló en azteca.
Le dijo
que ella era la Inmaculada Virgen María, Madre del Verdadero Dios. Le reveló
cómo era su deseo más vehemente tener un templo allá en el llano donde, como
madre piadosa, mostraría todo su amor y misericordia a él y a los suyos y a
cuantos solicitaren su amparo.
"Y para realizar lo que mi
clemencia pretende, irás a la casa del Obispo de México y le dirás que yo te
envío a manifestarle lo que mucho deseo; que aquí en el llano me edifique un
templo. Le contarás cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por
seguro que le agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás que
yo te recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te
encomiendo. Ya has oído mi mandato, hijo mío, el más pequeño: anda y pon todo
tu esfuerzo".
Juan se
inclinó ante ella y le dijo:
"Señora mía: ya voy a cumplir
tu mandato; me despido de ti, yo, tu humilde siervo".
Cuando
Juan llegó a la casa del Obispo Zumárraga y fue llevado a su presencia, le dijo
todo lo que la Madre de Dios le había dicho. Pero el Obispo parecía dudar de
sus palabras, pidiéndole volver otro día para escucharle más despacio.
Ese mismo
día regresó a la cumbre de la colina y encontró a la Santísima Virgen que le
estaba esperando. Con lágrimas de tristeza le contó cómo había fracasado su
empresa. Ella le pidió volver a ver al Sr. Obispo el día siguiente. Juan Diego
cumplió con el mandato de la Santísima Virgen. Esta vez tuvo mejor éxito; el
Sr. Obispo pidió una señal.
Juan
regresó a la colina, dio el recado a María Santísima y ella prometió darle una
señal al siguiente día en la mañana. Pero Juan Diego no podía cumplir este
encargo porque un tío suyo, llamado Juan Bernardino había enfermado gravemente.
Dos días
más tarde, el día doce de diciembre, Juan Bernardino estaba moribundo y Juan
Diego se apresuró a traerle un sacerdote de Tlaltelolco. Llegó a la ladera del
cerro y optó ir por el lado oriente para evitar que la Virgen Santísima le
viera pasar. Primero quería atender a su tío. Con grande sorpresa la vio bajar
y salir a su encuentro. Juan le dio su disculpa por no haber venido el día
anterior. Después de oír las palabras de Juan Diego, ella le respondió:
"Oye y ten entendido, hijo
mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu
corazón, no temas esa y ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy
aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿Qué más
te falta? No te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella;
está seguro de que ya sanó".
Cuando Juan
Diego oyó estas palabras se sintió contento. Le rogó que le despachara a ver al
Señor Obispo
para llevarle alguna señal y prueba a fin de que le creyera. Ella
le dijo:
"Sube, hijo mío el más
pequeño, a la cumbre donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay
diferentes flores; córtalas, recógelas y en seguida baja y tráelas a mi
presencia".
Juan Diego
subió y cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran brotado tan
hermosas flores. En sus corolas fragantes, el rocío de la noche semejaba perlas
preciosas. Presto empezó a córtalas, las echó en su regazo y las llevó ante la
Virgen. Ella tomó las flores en sus manos, las arregló en la tilma y dijo:
"Hijo mío el más pequeño,
aquí tienes la señal que debes llevar al Señor Obispo. Le dirás en mi nombre
que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador
muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo
despliegues tu tilma y descubras lo que llevas".
Cuando
Juan Diego estuvo ante el Obispo Fray Juan de Zumárraga, y le contó los
detalles de la cuarta aparición de la Santísima Virgen, abrió su tilma para
mostrarle las flores, las cuales cayeron al suelo. En este instante, ante la
inmensa sorpresa del Señor Obispo y sus compañeros, apareció la imagen de la
Santísima Virgen María maravillosamente pintada con los más hermosos colores
sobre la burda tela de su manto.
LA
CURACIÓN DE JUAN BERNARDINO
El
mismo día, doce de diciembre, muy temprano, la Santísima Virgen se presentó en
la choza de Juan Bernardino para curarle de su mortal enfermedad. Su corazón se
llenó de gozo cuando ella le dio el feliz mensaje de que su retrato
milagrosamente aparecido en la tilma de Juan Diego, iba a ser el instrumento
que aplastara la religión idólatra de sus hermanos por medio de la enseñanza
que el divino códice-pintura encerraba.
Te-coa-tla-xope
en la lengua Azteca quiere decir "aplastará la serpiente de piedra".
Los españoles oyeron la palabra de los labios de Juan Bernardino. Sonó como
"de Guadalupe. Sorprendidos se preguntaron el por qué de este nombre
español, pero los hijos predilectos de América, conocían bien el sentido de la
frase en su lengua nativa. Así fue como la imagen y el santuario adquirieron el
nombre de Guadalupe, título que ha llevado por cuatro siglos.
Se
lee en la Sagrada Escritura que en tiempo de Moisés y muchos años después un
gran cometa recorría el espacio. Tenía la apariencia de una serpiente de fuego.
Los indios de México le dieron el nombre de Quetzalcóatl, serpiente con plumas.
Le tenían mucho temor e hicieron ídolos de piedra, en forma de serpiente
emplumada, a los cuales adoraban, ofreciéndoles sacrificios humanos. Después de
ver la sagrada imagen y leer lo que les dijo, los indios abandonaron sus falsos
dioses y abrazaron la Fe Católica. Ocho millones de indígenas se convirtieron
en sólo siete años después de la aparición de la imagen.
LA TILMA
DE JUAN DIEGO
La
tilma en la cual la imagen de la Santísima Virgen apareció, está hecha de fibra
de maguey. La duración ordinaria de esta tela es de veinte años a lo máximo.
Tiene 195 centímetros de largo por 105 de ancho con una sutura en medio que va
de arriba a abajo.
Impresa
directamente sobre esta tela, se encuentra la hermosa figura de Nuestra Señora.
El cuerpo de ella mide 140 centímetros de alto.
Esta
imagen de la Santísima Virgen es el único retrato auténtico que tenemos de
ella. Su conservación en estado fresco y hermoso por más de cuatro siglos, debe
considerarse milagrosa. Se venera en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe
en la Ciudad de México, donde ocupa el sitio de honor en el altar mayor.
La
Sagrada Imagen duró en su primera ermita desde el 26 de diciembre, 1535 hasta
el año de 1622.
La
segunda iglesia ocupó el mismo lugar donde se encuentra hoy la Basílica. Esta
duró hasta 1695. Unos pocos años antes fue construida la llamada Iglesia de los
Indios junto a la primera ermita, la cual sirvió entonces de sacristía para el
nuevo templo. En 1695, cuando fue demolido el segundo templo, la milagrosa
imagen fue llevada a la Iglesia de los Indios donde se quedó hasta 1709 fecha
en que se dedicó el nuevo hermoso templo que todavía despierta la admiración de
mexicanos y extranjeros.
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