Los siete santos fundadores
La amistad ha sido siempre cantada en la sagrada escritura. “el mejor tesoro es un buen amigo”. Hoy más que nunca se habla y escribe de fraternidad y solidaridad. Buen reclamo, pues, estos siete santos fundadores, con su mensaje para este mundo que tanta necesidad tiene de verdadera amistad y de generosa entrega.
Estamos en el S. XIII y en la rica y artística ciudad de Florencia. Es este un caso insólito en la vida de la iglesia, que ella celebre en su liturgia a tan elevado número de santos, sin preocuparse de sus nombres ni sus vidas, siendo que no murieron mártires como en tantos casos, a través de los siglos de la iglesia. Mártires sí que los hay en grupo y sin saber sus nombres. Entre los demás, no.
Apenas si sabemos sus nombres. Parece que fueron estos: Bonfilio, Bonayuto, Manetto, Amidio, Ugoccio, Sostenio y Alejo. Eran unos comerciantes de Florencia pertenecientes a las más distinguidas familias de la ciudad. Formaban parte de una especie de cofradía en honor de Santa María y que el pueblo conocía como “los laudes” o “los alabadores de la Santísima Virgen”. Ellos eran algo asi como la junta directiva de esta Asociación Mariana y estaban llenos del espíritu de Dios y de un filial afecto hacia la Virgen María.
Una de las crónicas, después de afirmar que nadie sabía distinguirlos entre si, en cuanto el fervor y observancia regular se refería, escribió:
“Hubo siete hombres de tanta perfección, que nuestra Señora estimó cosa digna dar origen a su orden por medio de ellos. No encontré ningún sobreviera de ellos, cuando ingrese en la orden, a excepción de uno que se llamaba fray Alejo... La vida de dicho fray alejo , como yo mismo pude comprobar con mis ojos, era tal, que no solo conmovía con su ejemplo, si no que también demostraba la perfección de sus compañeros y su santidad”.
¿Cómo llevaron delante aquella empresa? – el cielo se encargaría de abrirles los caminos: el día de la Asunción, 15 de agosto, los siete recibieron una común iluminación:
“Ponerse, a pesar de sus imperfecciones, a los pies de la Virgen María para que ella obtuviera de su hijo el perdón de todas sus faltas y los aceptase para la gloria da su hijo y suya… siendo siempre y en todo, los sevidores de esta Reina y Señora y por ello se llamarían siervos de María”
Bien pronto fueron aprobados por su propio obispo y por el Papa después. La gente los tenía como santos pues decían que obraban muchos milagros. Cierto día cuando recorrían las calles de Florencia pidiendo limosna, unos niños que ni siquiera hablaban aún, exclamaron al pasar ellos:
“He ahí los servidores de la Virgen. Dadles limosna”
El viernes santo de 1239 la misma Virgen María se les apareció para señalarles que fuera negro su hábito y que aceptasen la regla de San Agustín. Pronto empezaron a acudir jóvenes que deseaban abrazar aquella vida de austeridad y de servicio a la Virgen María a la que estaban especialmente dedicados. Desde un principio quisieron hacer hincapié en estas notas distintivas de su:
Espiritualidad: Amor al retiro o soledad y también ejercicio del apostolado cuando fue necesario pero especialmente con esta dirección: Propagar la devoción a la Virgen María en especial bajo esta faceta de su cooperación dolorosa a la Rendición de Jesucristo.
Fueron muriendo poco a poco los seis fundadores. Solo sobrevivió a todos ellos San Alejo que es el más conocido y el que tuvo la alegría de ver propagada la Orden de la Virgen María por muchas partes con abundancia de vocaciones. Tuvo perseguidores como era natural por ser obre de Dios pero, pasados algunos siglos, el 15 de enero de 1888, el Papa León XIII los elevaba a los siete al honor de los altares.