sábado, 8 de septiembre de 2012

Natividad de María Santísima




Esta fiesta mariana tiene su origen en la dedicación de una iglesia en Jerusalén, pues la piedad cristiana siempre ha venerado a las personas y acontecimientos que han preparado el nacimiento de Jesús.

María ocupa un lugar privilegiado, y su nacimiento es motivo de gozo profundo. En esta basílica, que había de convertirse en la iglesia de Santa Ana (siglo XII), san Juan Damasceno saludó a la Virgen niña: "Dios te salve, Probática, santuario divino de la Madre de Dios … ¡Dios te salve, María, dulcísima hija de Ana!". Aunque el Nuevo Testamento no reporta datos directos sobre la vida de la Virgen María, una tradición oriental veneró su nacimiento desde mediados del siglo V, ubicándolo en el sitio de la actual Basílica de "Santa Ana", en Jerusalén.

 La fiesta pasó a Roma en el siglo VII y fue apoyada por el Papa Sergio I. Su fecha de celebración no tiene un origen claro, pero motivó que la fiesta de "La Inmaculada Concepción" se celebrara el 8 de diciembre (9 meses antes). El Papa Pío X quitó esta celebración del grupo de las fiestas de precepto.


Hoy nace una clara estrella,
tan divina y celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo sol nace de ella.

De Ana y de Joaquín, oriente
de aquella estrella divina,
sale luz clara y digna
de ser pura eternamente;
el alba más clara y bella
no le puede ser igual,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.

No le iguala lumbre alguna
de cuantas bordan el cielo,
porque es el humilde suelo
de sus pies la blanca luna:
nace en el suelo tan bella
y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.

Gloria al Padre, y gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén

martes, 28 de agosto de 2012

SAN AGUSTÍN, OBISPO, DOCTOR DE LA IGLESIA Y LEGISLADOR NUESTRO



Nació en Tagaste (África) el año 354; pasó una juventud inquieta por sus ideas y su vida moral, hasta que, llegado a Milán, se convirtió a la fe católica y fue bautizado por el obispo san Ambrosio. De retorno a su patria, abrazó la vida ascética y, elegido obispo de Hipona, se convirtió en modelo y maestro de su rebaño al que instruyó por espacio de treinta y cuatro años con sus copiosos sermones y escritos. Murió en Hipona el año 430. Fue uno de los primeros que en Occidente instauró la vida monástica y escribió para ella sabias leyes.

Muchas órdenes e institutos religiosos adoptaron su Regla para los Siervos de Dios. Nuestros siete santos Padres recibieron canónicamente la Regla de san Agustín de manos de Ardingo, obispo de Florencia, hacia el año 1245.


jueves, 23 de agosto de 2012

San Felipe Benizi

Insigne Propagador de Nuestra Orden 
Sacerdote O.S.M.


Felipe nació en Florencia a principios del siglo XIII. Ingresó en la Orden de los Siervos como hermano lego y, poco después, al descubrirse su sabiduría, fue ordenado sacerdote. En 1267 fue elegido Prior general, y ocupó ese cargo casi hasta la muerte. Gobernó la Orden con suma prudencia, la fortaleció con sabias leyes, y ante el inminente peligro de su extinción, la defendió con santa tenacidad. Ilustró a la Orden de los Siervos de María con la fama de sus virtudes y recibió en ella a muchos frailes que, como él destacaron por una vida evangélica y de fiel servicio a nuestra Señora. Con razón se le considera "Padre de la Orden". Murió en Todi el año 1285. El papa Clemente X lo canonizó en el 1671.

Del Oficio de lectura

Una luz sobre el candelero de la Orden

Lo que sabemos de san Felipe Benicio lo debemos en gran parte a la Leyenda sobre el origen de la Orden y a la Leyenda de san Felipe, ambas escritos poco después del año 1317. Los historiadores de la Orden, aunque reconocen que en ellas figuran algunas “florecillas” del género hagiográfico, con todo otorgan a los dos escritos una especial autoridad, ya que nos trasmiten el testimonio ocular de los contemporáneos del Santo.

Felipe, de la familia de los Benizi, nació en Florencia a principios del siglo XIII, casi en el mismo tiempo en el que nacía la Orden de los Siervos de María. En su juventud se dedicó al estudio de la medicina y a la vez de las ciencias sagradas. Tanto ardía de amor a Dios que guardaba con esmero sus mandamientos, dominaba las pasiones, socorría a los pobres y se entregaba a la oración, principalmente a la recitación diaria del Oficio de la santísima Virgen. 

Hastiado de los goces de este mundo y con el vivo deseo de servir a Dios, el jueves de la octava de Pascua, mientras se hallaba en la iglesia de los Siervos de Florencia, oyó aquellas palabras de los Hechos de los Apóstoles que se leían en la liturgia del día: El Espíritu dijo a Felipe: “Adelántate y únete a esa carroza” (Hch 8, 29). Considerando que estas palaras iban dirigidas a él, determinó subirse a la carroza de la gloriosa Virgen ingresando en la Orden de sus Siervos, y obtuvo de fray Bonfilio, prior del convento de Florencia, ser admitido como fraile lego, a causa de su humildad. Pero quiso el Altísimo que, al ser descubierta su preparación cultural, recibiera, por obediencia, la ordenación sacerdotal.

El año 1267, estando reunido el capítulo en Florencia, fray Maneto renunció al cargo de Prior general, y en su lugar fue elegido san Felipe. Aunque el Santo se resistía a continuar, fue confirmado en el generalato a lo largo de dieciocho años, casi hasta su muerte. Como buen pastor y fiel siervo de María, gobernó sabiamente a la Orden de nuestra Señora y la hizo célebre con la fama de su santidad. Visitó con solicitud paternal los conventos de la Orden a pesar de que debía emprender penosos viajes. Estando en Arezzo, ciudad devastada por la guerra y la carestía, invocó a la santísima Virgen, Madre de sus Siervos, a favor de los frailes de aquel convento que se encontraban en necesidad; inopinadamente, en la puerta del convento fue hallada un cesto de pan con el que san Felipe abasteció a sus hermanos. Compiló, completó y promulgó las Constituciones emanadas por los capítulos anteriores. Cuando la Orden estaba destinada a la extinción por un decreto del segundo Concilio de Lion, san Felipe, con la asesoría de expertos y la colaboración de fray Lotaringo, defendió ante la Curia romana, con habilidad, la supervivencia de la Orden, y preparó el camino para su aprobación definitiva. Por todos estos motivos san Felipe es considerado con toda razón “Padre de la Orden.”.

Como buen imitador de los Apóstoles, trabajo con afán en la difusión de la palabra de Dios y en apaciguar las discordias civiles; logró que muchos pasaran del apego al mundo a una sincera vida cristiana, y a no pocos los levantó consigo hasta las cimas de la santidad. Curó a un leproso por el simple hecho de cubrirlo con su capa: por eso algunos cardenales, estando vacante la Sede Apostólica, impresionados por tal prodigio, lo señalaron como candidato al sumo pontificado. En la ciudad de Todi, el Santo logró con paternales amonestaciones y socorriéndolas con una suma de dinero, que dos prostitutas se abstuvieran, por amor de la Virgen Madre, de seguir pecando; después de que, contra toda esperanza, el Espíritu Santo las convirtiera, él las guió por el camino de la santidad.

En Todi, el año 1285, el día de la octava de la Asunción, habiendo recibido los santos sacramentos y confortado con la llegada del beato Ubaldo de BorgoSansepolcro, después de exhortar a los frailes a la caridad, san Felipe murió abrazando el crucifijo, el libro viviente, del cual había aprendido el camino de la santidad. Su cuerpo, después de varios traslados, se venera actualmente en la iglesia de santa María de las Gracias de Todi. Fue canonizado por el papa Clemente X en el años 1671.




miércoles, 15 de agosto de 2012

La Asunción de María


El dogma de la Asunción se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial.

El Tránsito de María es, la glorificación del cuerpo de la Virgen María mediante la definitiva donación de la inmortalidad gloriosa sin pasar por la muerte, es decir, al contrario que sucede en la muerte humana, la intervención divina de su hijo hizo que cuerpo y alma glorificados no se separasen en espera del juicio final y ascendieran unidos a los cielos.

Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus:

"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

Ahora bien, ¿por qué es importante que los católicos recordemos y profundicemos en el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo? El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica responde a este interrogante:

“La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos".

La importancia de la Asunción para nosotros, hombres y mujeres de comienzos del Tercer Milenio de la Era Cristiana, radica en la relación que hay entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. La presencia de María, mujer de nuestra raza, ser humano como nosotros, quien se halla en cuerpo y alma ya glorificada en el Cielo, es eso: una anticipación de nuestra propia resurrección.

Más aún, la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es un Dogma de nuestra fe católica, expresamente definido por el Papa Pío XII hablando "ex-cathedra".

 Y ... ¿qué es un Dogma?

Puesto en los términos más sencillos, Dogma es una verdad de Fe, revelada por Dios (en la Sagrada Escritura o contenida en la Tradición), y que además es propuesta por la Iglesia como realmente revelada por Dios.

En este caso se dice que el Papa habla "ex-cathedra", es decir, que habla y determina algo en virtud de la autoridad suprema que tiene como Vicario de Cristo y Cabeza Visible de la Iglesia, Maestro Supremo de la Fe, con intención de proponer un asunto como creencia obligatoria de los fieles Católicos.
El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (#966) nos lo explica así, citando a Lumen Gentium 59, que a la vez cita la Bula de la Proclamación del Dogma:

"Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del Cielo y elevada al Trono del Señor como Reina del Universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte".

Y el Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, explica esto mismo en los siguientes términos:

"El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio" (JP II, 2-julio-97).

"Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, es posible comprender el plan de la Providencia Divina con respecto a la humanidad: después de Cristo, Verbo encarnado, María es la primera criatura humana que realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la felicidad, prometida a los elegidos mediante la resurrección de los cuerpos" (JP II, Audiencia General del 9-julio-97).

Continúa el Papa: "María Santísima nos muestra el destino final de quienes `oyen la Palabra de Dios y la cumplen' (Lc. 11, 28). Nos estimula a elevar nuestra mirada a las alturas, donde se encuentra Cristo, sentado a la derecha del Padre, y donde está también la humilde esclava de Nazaret, ya en la gloria celestial" (JP II, 15-agosto-97)

Los hombres y mujeres de hoy vivimos pendientes del enigma de la muerte. Aunque lo enfoquemos de diversas formas, según la cultura y las creencias que tengamos, aunque lo evadamos en nuestro pensamiento, aunque tratemos de prolongar por todos los medios a nuestro alcance nuestros días en la tierra, todos tenemos una necesidad grande de esa esperanza cierta de inmortalidad contenida en la promesa de Cristo sobre nuestra futura resurrección.

Mucho bien haría a muchos cristianos oír y leer más sobre este misterio de la Asunción de María, el cual nos atañe tan directamente. ¿Por qué se ha logrado colar la creencia en el mito pagano de la re-encarnación entre nosotros? Si pensamos bien, estas ideas extrañas a nuestra fe cristiana se han ido metiendo en la medida que hemos dejado de pensar, de predicar y de recordar los misterios, que como el de la Asunción, tienen que ver con la otra vida, con la escatología, con las realidades últimas del ser humano.

El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos invita a hacer una pausa en la agitada vida que llevamos para reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí en la tierra, sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María y los Angeles y Santos del Cielo. El saber que María ya está en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma, como se nos ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.

lunes, 13 de agosto de 2012

Transito de Santa María

 La Dormición de María
Al conmemorarse el día 13 de agosto el maravilloso Tránsito de la Bienaventurada Virgen María, deseamos ilustrar a nuestros lectores sobre este misterio mariano con base en la célebre obra «Mística Ciudad de Dios» de la venerable Sor María de Jesús de Ágreda


Tres años antes del glorioso tránsito de María Santísima a los Cielos, Dios envió al arcángel San Gabriel con una nueva embajada, para darle aviso a su Hija predilecta del tiempo exacto que le restaba de vida.
Y al oír que pronto terminaría su larga peregrinación y destierro en este mundo, respondió con las mismas palabras que en la encarnación del Verbo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (cf. Lc. 1, 38).

Unos días después la Virgen María comunicó el hecho al evangelista San Juan, quien a su vez se lo trasmitió a Santiago el Menor, que como obispo de Jerusalén estaba incumbido por San Pedro de asistir al cuidado de la Madre de Dios.

Con el transcurso del tiempo San Juan —que al pie de la cruz había recibido del Señor a la Virgen por Madre— no podía ya disimular ni ocultar la inmensa pena que sentía. Con lo cual, antes de que sucediese, se comenzó a divulgar y llorar su próxima partida.

Dios quiere que imitemos a María Santísima en todo. Y así como Ella se dispuso para la hora de la muerte, cuando tengamos alguna certeza de que se aproxima para nosotros, cualquier plazo nos debiera parecer corto para asegurar el negocio de nuestra salvación eterna. Nadie tuvo tan seguro el premio como María; y sin embargo se le dio tres años antes el aviso de su muerte. Y Ella se dispuso y preparó, como criatura mortal y terrena, con el temor santo que se debe tener en esa hora.

Eterna juventud, gracia y devoción de María Santísima

Acerca de la apariencia que por entonces tenía la Santísima Virgen, comenta la madre Ágreda: La disposición natural de su sagrado y virginal cuerpo y rostro era la misma que tuvo de treinta y tres años; porque desde aquella edad nunca hizo mudanza del natural estado, ni sintió los efectos de los años ni de la senectud o vejez, ni tuvo arrugas en el rostro ni en el cuerpo, ni se le puso más débil, flaco o magro, como sucede a los demás hijos de Adán, que con la vejez desfallecen y se desfiguran de lo que fueron en la juventud o edad perfecta.

Entre las maravillas que hizo el Señor con la beatísima Madre en estos últimos años, una fue manifiesta, no sólo al evangelista San Juan, sino a muchos fieles. Y esto fue que, cuando comulgaba, la gran Señora quedaba por algunas horas llena de resplandores y claridad tan admirable que parecía estar transfigurada y con dotes de gloria.

Tres días antes del tránsito felicísimo de María Santísima, a pedido de nuestra Reina se habían congregado los apóstoles y discípulos en la casa del cenáculo en Jerusalén. El primero en llegar fue San Pedro, traído milagrosamente por un ángel desde Roma, seguido por San Pablo. Los apóstoles la saludaron con no menos dolor que reverencia, porque sabían que venían a asistir a su dichoso tránsito.

Algunos de los apóstoles que fueron traídos por ministerio de los ángeles y del fin de su venida los habían ya informado, se fervorizaron con gran ternura en la consideración que les había de faltar su único amparo y consuelo, con que derramaron copiosas lágrimas. Otros lo ignoraban, en especial los discípulos, porque no tuvieron aviso exterior de los ángeles, sino con inspiraciones interiores e impulso suave y eficaz en que conocieron ser voluntad de Dios que luego viniesen a Jerusalén, como lo hicieron. Y fue San Pedro, como cabeza de la Iglesia, quien les comunicó el motivo de su venida, y los condujo al oratorio de la gran Reina donde la vieron todos hermosísima y llena de resplandor celestial.

Aunque no estaba obligada, prefiere morir

Y puestos en su presencia, la Virgen Santísima comenzó a despedirse de ellos, hablando a todos los apóstoles singularmente y algunos discípulos, y después a los demás circunstantes juntos, que eran muchos.
Sus palabras como flechas de divino fuego penetraron los corazones de los presentes y rompiendo todos en arroyos de lágrimas y dolor irreparable se postraron en tierra. Después de un intervalo, les pidió que con ella y por ella orasen todos en silencio, y así lo hicieron. En esta quietud sosegada descendió del cielo el Verbo humanado y se llenó de gloria la casa del cenáculo. María Santísima adoró al Señor, quien le ofreció llevarla a la gloria sin pasar por la muerte.

Se postró la prudentísima Madre ante su Hijo y con alegre semblante le dijo: Hijo y Señor mío, yo os suplico que vuestra Madre y sierva entre en la eterna vida por la puerta común de la muerte natural, como los demás hijos de Adán. Vos que sois mi verdadero Dios, la padecisteis sin tener obligación a morir; justo es que como yo he procurado seguiros en la vida os acompañe también en morir.

“En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu”

Aprobó Cristo el sacrificio y voluntad de María Santísima y los ángeles comenzaron a cantar con celestial armonía. Y aunque de la presencia del Salvador sólo algunos apóstoles con San Juan tuvieron especial ilustración y los demás sintieron en su interior divinos y poderosos efectos, pero la música de los ángeles la percibieron con los sentidos muchos de los que allí estaban.
Entonces se reclinó María Santísima sobre su lecho, con las manos juntas y los ojos fijos en su Divino Hijo. Y cuando los ángeles cantaban: “Levántate, apresúrate, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven que ya pasó el invierno...” (Cant. 2, 10), en estas palabras pronunció Ella las que su Hijo Santísimo en la Cruz: “En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu” (Lc. 23, 46). Cerró los virginales ojos y expiró. La enfermedad que le quitó la vida fue el amor. Y el modo fue que el poder divino suspendió el auxilio milagroso que le conservaba las fuerzas naturales para que no se consumiese con el ardor y fuego sensible que le causaba el amor divino. 


Pasó aquella purísima alma desde su virginal cuerpo a la diestra de su Hijo Santísimo, donde en un instante fue colocada con inmensa gloria. Y luego se comenzó a sentir que la música de los ángeles se alejaba, porque toda aquella procesión se encaminó al cielo. El sagrado cuerpo de María Santísima, que había sido templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo de sí tan admirable y nueva fragancia que todos los circunstantes quedaron llenos de suavidad interior y exterior. Los apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y júbilo de las maravillas que veían, quedaron como absortos por algún espacio. Sucedió este glorioso tránsito un viernes a las tres de la tarde, a la misma hora que el de su Hijo Santísimo, a los trece días del mes de agosto y a los setenta años de edad, menos algunos días.



Acontecieron grandes maravillas y prodigios en esta preciosa muerte de la Reina. Porque se eclipsó el sol y en señal de luto escondió su luz por algunas horas. Se conmovió toda Jerusalén, y admirados concurrían muchos confesando a voces el poder de Dios y la grandeza de sus obras. Acudieron muchos enfermos y todos fueron sanados. Salieron del purgatorio las almas que en él estaban. Y la mayor maravilla fue que al expirar Nuestra Señora, también otras tres personas lo hacían en la ciudad; y murieron en pecado sin penitencia, por lo cual se condenarían, pero llegando su causa al tribunal de Cristo pidió misericordia para ellas la dulcísima María y fueron restituidos a la vida, y después se enmendaron de modo que murieron en gracia y se salvaron.

Del entierro de la Santísima Virgen

Los apóstoles encargaron a las dos doncellas que en vida habían asistido a la Reina para que, según la costumbre, ungiesen el cuerpo de la Madre de Dios y la envolviesen en la sábana, para ponerle en el féretro. Entraron en el oratorio donde yacía la venerable difunta, pero el resplandor que la envolvía las deslumbró de suerte que ni pudieron tocarle ni verle ni saber en qué lugar determinado estaba. Luego San Pedro y San Juan confirieron el portento, oyendo asimismo una voz que les dijo: Ni se descubra ni se toque el sagrado cuerpo.

Así, disminuyendo un tanto el resplandor, los dos apóstoles levantaron el sagrado y virginal tesoro y le pusieron en el féretro. Y pudieron hacerlo fácilmente, porque no sintieron peso, ni en el tacto percibieron más de que llegaban a la túnica casi imperceptiblemente. Entones se moderó más el resplandor y todos pudieron percibir y conocer con la vista la hermosura del virginal rostro y manos.
Del cenáculo partió el solemne cortejo al cual acudieron casi todos los moradores de Jerusalén. Junto a éste había otro invisible de los cortesanos del cielo. Descendieron varias legiones de ángeles con los antiguos padres y profetas, especialmente San Joaquín, Santa Ana, San José, Santa Isabel y el Bautista, con otros muchos santos que desde el cielo envió nuestro Salvador Jesús para que asistiesen a las exequias y entierro de su beatísima Madre. 

miércoles, 25 de julio de 2012

Santiago Apóstol




El apóstol Santiago, primer apóstol mártir, viajó desde Jerusalén hasta Cádiz (España). Sus predicaciones no fueron bien recibidas, por lo que se trasladó posteriormente a Zaragoza. Aquí se convirtieron muchos habitantes de la zona. Estuvo predicando también en Granada, ciudad en la que fue hecho prisionero junto con todos sus discípulos y convertidos. Santiago llamó en su ayuda a la Virgen María, que entonces vivía aún en Jerusalén, rogándole lo ayudase. La Virgen le concedió el favor de liberarlo y le pidió que se trasladara a Galicia a predicar la fe, y que luego volviese a Zaragoza.

Santiago cumplió su misión en Galicia y regresó a Zaragoza, donde corrió muchos peligros. Una noche, el apóstol estuvo rezando intensamente con algunos discípulos junto al río Ebro, cerca de los muros de la ciudad, pidiendo luz para saber si debía quedarse o huir. Él pensaba en María Santísima y le pedía que rogara con él para pedir consejo y ayuda a su divino Hijo Jesús, que nada podía entonces negarle. De pronto, se vio venir un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron sobre él los ángeles que entonaban un canto muy armonioso mientras traían una columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo luminoso, señalaba un lugar, a pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio determinado.

Sobre la columna, se le apareció la Virgen María. Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de rodillas, y recibió internamente el aviso de María de que debía erigir de inmediato una iglesia allí; que la intercesión de María debía crecer como una raíz y expandirse. María le indicó que, una vez terminada la iglesia, debía volver a Jerusalén. Santiago se levantó, llamó a los discípulos que lo acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor; les narró lo demás, y presenciaron luego todos cómo se iba desvaneciendo el resplandor de la aparición. En el lugar de la aparición, se levantó lo que hoy es la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, un lugar de peregrinación famoso en el mundo entero que no fue destruido en la guerra civil española (1936-1939), puesto que las bombas que se lanzaron no explotaron, pudiéndose hoy en día verse expuestas en el interior de la Basílica.

Santiago partió de España, para trasladarse a Jerusalén, como María le había ordenado. En este viaje visitó a María en Éfeso. María le predijo la proximidad de su muerte en Jerusalén, y lo consoló y lo confortó en gran manera. Santiago se despidió de María y de su hermano Juan, y se dirigió a Jerusalén, donde al poco tiempo fue hecho prisionero.

Fue llevado al monte Calvario, fuera de la ciudad. Durante el recorrido, estuvo predicando y aún fue capaz de convertir a algunas personas. Cuando le ataron las manos, dijo: "Vosotros podéis atar mis manos, pero no mi bendición y mi lengua". Un tullido que se encontraba a la vera del camino, clamó al apóstol que le diera la mano y lo sanase. El apóstol le contestó: "Ven tú hacia mí y dame tu mano". El tullido fue hacia Santiago, tocó las manos atadas del apóstol e inmediatamente sanó.

Josías, la persona que había entregado a Santiago, fue corriendo hacia él para implorar su perdón. Este hombre se convirtió a Cristo. Santiago le preguntó si deseaba ser bautizado. Él dijo que sí, por lo que el apóstol lo abrazó y le dijo: "Tú serás bautizado en tu propia sangre". Y así se cumplió más adelante, siendo Josías asesinado posteriormente por su fe.

En otro tramo del recorrido, una mujer se acercó a Santiago con su hijo ciego para alcanzar de él la curación para su hijo, obteniéndola de inmediato.

Una vez llegado al Monte Calvario, el mismo lugar donde años antes fue crucificado nuestro Señor, Santiago fue atado a unas piedras. Le vendaron los ojos y le decapitaron.

El cuerpo de Santiago estuvo un tiempo en las cercanías de Jerusalén. Cuando se desencadenó una nueva persecución, lo llevaron a Galicia (España) algunos discípulos.

En siglos posteriores y hasta el momento actual, numerosos fieles, principalmente de Europa, recorren parcialmente el "Camino de Santiago" que les conduce a la tumba del Santo, con el fin de pedir perdón por sus pecados.

Sus restos permanecen en la bella catedral dedicada en su nombre en Compostela, España

domingo, 22 de julio de 2012

Santa María Magdalena




Su nombre era María, que significa "preferida por Dios", y era natural de Magdala en Galilea; de ahí su sobrenombre de Magdalena. Magdala, ciudad a la orilla del Mar de Galilea, o Lago de Tiberiades.
Jesús, al dar su Espíritu a sus apóstoles, les dijo que perdonasen los pecados conforme se lo habían visto a Él hacer: y la liturgia nos recuerda hoy un ejemplo, que será siempre famoso, de la misericordia del Salvador con los que se duelen de sus pasados extravíos.

María, hermana de Marta y Lázaro, era pública pecadora, hasta que tocada un día por la gracia, vino a rendirse a los pies del Señor.  “No te acerques a mí, porque estoy puro”, le dirían los soberbios; pero el Señor, al contrario, la recibe y perdona. Por eso Jesús, “acoge bondadoso la ofrenda de sus servicios”, y le ofrece para siempre un sitial de honor en su corte real. La contrición transforma su amor. “Por haber amado mucho, se le perdonan muchos pecados”. Movido por sus ruegos resucita Jesús a Lázaro, su hermano, y cuando Jesús es crucificado, le asiste, más muerta que viva; preguntando, como la esposa de los Cantares, a dónde han puesto su esposo Divino, Cristo la llama por su propio nombre, y mándale llevar a los discípulos la nueva de su Resurrección.

 A imitación de la gran Santa María Magdalena, vengamos en espíritu de amor y de compunción, a ofrecer a Jesús, presente en la santa Misa, el tesoro de nuestras alabanzas. Hagámosle compañía, como las dos hermanas Marta y María; adornemos su altar, con ese recio espíritu de fe que no teme el escándalo farisaico, con todo el esplendor que conviene a la casa de Dios. Imitémosla sobre todo en su acendrado amor a Jesús, seguros de que haciéndolo así, lograremos la remisión entera de nuestras pasadas culpas, elevándonos, desde el fondo de nuestra miseria a la cima de la santidad. Al que busca a Dios con gemidos, pronto le abre la puerta de su misericordia y de sus ricos tesoros.  

Cuatro menciones en los Evangelios:


1) Los siete demonios. Lo primero que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc. 8,2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz. Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud profundísima.

Nuestro Señor decía que cuando una persona logra echar lejos a un mal espíritu, este se va y consigue otros siete espíritus peores que él y la atacan y así su segundo estado llega a ser peor que el primero (Lc. 11,24). Eso le pudo suceder a Magdalena. Y que enorme paz habrá experimentado cuando Cristo alejó de su alma estos molestos espíritus.


A nosotros nos consuela esta intervención del Salvador, porque a nuestra alma la atacan también siete espíritus dañosísimos: el orgullo, la avaricia, la ira, la gula, la impureza o lujuria, envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién puede decir que el espíritu del orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien que pueda gloriarse de que el mal espíritu de la impureza no le ha atacado y no le va a atacar ferozmente? Y lo mismo podemos afirmar de los demás.

Pero hay una verdad consoladora: Y es que los espíritus inmundos cuando veían o escuchaban a Jesús empezaban a temblar y salían huyendo. ¿Por qué no pedirle frecuentemente a Cristo que con su inmenso poder aleje de nuestra alma todo mal espíritu? El milagro que hizo en favor de la Magdalena, puede y quiere seguirlo haciendo cada día en favor de todos nosotros.

2) Se dedicó a servirle con sus bienes. Amor con amor se paga. Es lo que hizo la Magdalena. Ya que Jesús le hizo un gran favor al librarla de los malos espíritus, ella se dedicó a hacerle pequeños pero numerosos favores. Se unió al grupo de las santas mujeres que colaboraban con Jesús y sus discípulos (Juana, Susana y otras). San Lucas cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos espíritus o de enfermedades y que se dedicaban a servirle con sus bienes (Lc. 8,3). Lavaban la ropa, preparaban los alimentos; quizás cuidaban a los niños mientras los mayores escuchaban al Señor; ayudaban a catequizar niños, ancianos y mujeres, etc.

3) Junto a la cruz. La tercera vez que el Evangelio nombra a Magdalena es para decir que estuvo junto a la cruz, cuando murió Jesús. La ausencia de hombres amigos junto a la cruz del Redentor fue escandalosa. Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No era nada fácil declararse amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo junto a Él fue Juan. En cambio las mujeres se mostraron mucho más valerosas en esa hora trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena.

San Mateo (Mt 27,55), San Marcos (Mc 15, 40) y San Juan (Jn. 19, 25) afirman que junto a la cruz de Jesús estaba la Magdalena. En las imágenes religiosas de todo el mundo los artistas han pintado a María Magdalena junto a María, la Madre de Jesús, cerca de la cruz del Redentor agonizante, como un detalle de gratitud a Jesús.

4) Jesús resucitado y la Magdalena. Uno de los datos más consoladores del Evangelio es que Jesús resucitado se aparece primero a dos personas que habían sido pecadoras pero se habían arrepentido: Pedro y Magdalena. Como para animarnos a todos los pecadores, con la esperanza de que si nos arrepentimos y corregimos logremos volver a ser buenos amigos de Cristo.

Santa Magdalena en la biblia.

Los cuatro evangelistas cuentan como María Magdalena fue el domingo de Resurrección por la mañana a visitar el sepulcro de Jesús. San Juan lo narra de la siguiente manera:

"Estaba María Magdalena llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había estado Jesús. Ellos le dicen: - ¿Mujer, por qué lloras? - Ella les responde: - Porque se han llevado a mi Señor, y no sé donde lo han puesto.

Dicho esto se volvió y vio que Jesús estaba ahí, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: - ¿Mujer por qué lloras? ¿A quién buscas?

Ella, pensando que era el encargado de aquella finca le dijo: - Señor, si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto, yo me lo llevaré.

Jesús le dice: '¡María!'

Ella lo reconoce y le dice: '¡Oh Maestro!' (Y se lanzó a besarle los pies).
Le dijo Jesús: - Suéltame, porque todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios'.

Fue María Magdalena y les dijo a los discípulos: - He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto." (Jn. 27, 11).

Esta mujer tuvo el honor de ser la encargada de comunicar la noticia de la resurrección de Jesús.