Respecto a
Santa Juliana decir que sobre su vida tenemos poca referencia, destacar de ella
no solo que vivió o convivió con los inicios de nuestra orden, sino que con el
correr del tiempo fue reconocido como “fundador de la rama femenina de la
orden”.
Fray Pablo
Attavanti (s. XV), recogió las tradiciones orales acerca de la vida de la Santa
Florentina. En ellos se narra que Juliana, siendo una joven de quince años, oyó
a San Alejo que predicaba sobre el juicio final, y se inflamó de tal manera en
el deseo de los bienes celestiales, que se entregó de lleno a la contemplación
y al seguimiento de Cristo.
Así pues,
comenzó a frecuentar la incipiente familia de los Siervos y quedó tan
hondamente admirada de su estilo de vida evangélico, que no dejó de implorara a
la Reina del cielo y a sus padres hasta que logró vestir el hábito de los
Siervos. En compañía de otras jóvenes y piadosas mujeres que, incitadas por el
mismo ideal de penitencia y caridad, buscaban una vida de mayor perfección,
acudía habitualmente a la Iglesia de los Siervos de Cafaggio, la futura
basílica de la Anunciación, que se levantaba junto a las puertas de la ciudad;
allí participaba en los divinos oficios, cantaba las alabanzas de la Virgen
María y servía a todos los hermanos, especialmente a los pobres. Juliana fue un
excelente modelo para sus compañeras que deseaban seguir más cerca a Cristo,
bajo la protección de la Virgen, por lo cual llegó a ser considerada como
“iniciadora de las monjas y hermanas Siervas de María”, como leemos en el
mencionado Cuaresmario.
Dio pruebas de
ser fiel discípula de Jesús y de la Virgen, consiguiendo la victoria en su
lucha contra el mundo, el demonio y la carne y, aunque era una delicada
doncella, la firmeza de su virtud resplandeció ante la mirada de todos. Su
santidad se hizo patente a través de signos prodigiosos, especialmente en la
hora de su muerte. En efecto, cuando Juliana yacía extenuada a causa de los
cilicios, vigilias, oraciones y ayunos, su estómago no podía retener alimento
alguno; ella, en la imposibilidad de recibir el Viático, pese a que lo deseaba
ardientemente, pidió con insistencia que le pusieran sobre el pecho el
Santísimo Sacramento.
Juliana obtuvo
la dicha de ese consuelo, y luego expiró dulcemente. Según una piadosa
tradición, la hostia consagrada desapareció de su pecho, como si hubiese
penetrado milagrosamente en el cuerpo de Juliana. Sus restos reposan en la
Basílica de la Anunciación de Florencia. Fue canonizada por el Papa Clemente
XII, en el año 1737.
Su principal
carisma aparte de su piedad mariana era su amor a la Eucaristía, ella por su fe
fue enriquecida del generoso fruto de María, Cristo, Santa Juliana cual virgen
sensata preparo su lámpara con el aceite de la caridad. El Señor la encontró vigilante
y la llamó al banquete de bodas. Mujer virtuosa porque comiendo el Pan
Eucarístico se fortaleció en la Fe, se afianzó en la Esperanza y
progresaba en la Caridad.
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