El apóstol Santiago, primer
apóstol mártir, viajó desde Jerusalén hasta Cádiz (España). Sus predicaciones
no fueron bien recibidas, por lo que se trasladó posteriormente a Zaragoza.
Aquí se convirtieron muchos habitantes de la zona. Estuvo predicando también en
Granada, ciudad en la que fue hecho prisionero junto con todos sus discípulos y
convertidos. Santiago llamó en su ayuda a la Virgen María, que entonces vivía
aún en Jerusalén, rogándole lo ayudase. La Virgen le concedió el favor de
liberarlo y le pidió que se trasladara a Galicia a predicar la fe, y que luego
volviese a Zaragoza.
Santiago cumplió su misión en
Galicia y regresó a Zaragoza, donde corrió muchos peligros. Una noche, el
apóstol estuvo rezando intensamente con algunos discípulos junto al río Ebro,
cerca de los muros de la ciudad, pidiendo luz para saber si debía quedarse o
huir. Él pensaba en María Santísima y le pedía que rogara con él para pedir
consejo y ayuda a su divino Hijo Jesús, que nada podía entonces negarle. De
pronto, se vio venir un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron
sobre él los ángeles que entonaban un canto muy armonioso mientras traían una
columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo luminoso, señalaba un lugar, a
pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio determinado.
Sobre la columna, se le apareció
la Virgen María. Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de
rodillas, y recibió internamente el aviso de María de que debía erigir de
inmediato una iglesia allí; que la intercesión de María debía crecer como una
raíz y expandirse. María le indicó que, una vez terminada la iglesia, debía
volver a Jerusalén. Santiago se levantó, llamó a los discípulos que lo
acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor; les narró lo
demás, y presenciaron luego todos cómo se iba desvaneciendo el resplandor de la
aparición. En el lugar de la aparición, se levantó lo que hoy es la Basílica de
Nuestra Señora del Pilar, un lugar de peregrinación famoso en el mundo entero
que no fue destruido en la guerra civil española (1936-1939), puesto que las
bombas que se lanzaron no explotaron, pudiéndose hoy en día verse expuestas en
el interior de la Basílica.
Santiago partió de España, para
trasladarse a Jerusalén, como María le había ordenado. En este viaje visitó a
María en Éfeso. María le predijo la proximidad de su muerte en Jerusalén, y lo
consoló y lo confortó en gran manera. Santiago se despidió de María y de su
hermano Juan, y se dirigió a Jerusalén, donde al poco tiempo fue hecho
prisionero.
Fue llevado al monte Calvario,
fuera de la ciudad. Durante el recorrido, estuvo predicando y aún fue capaz de
convertir a algunas personas. Cuando le ataron las manos, dijo: "Vosotros
podéis atar mis manos, pero no mi bendición y mi lengua". Un tullido que
se encontraba a la vera del camino, clamó al apóstol que le diera la mano y lo
sanase. El apóstol le contestó: "Ven tú hacia mí y dame tu mano". El
tullido fue hacia Santiago, tocó las manos atadas del apóstol e inmediatamente
sanó.
Josías, la persona que había entregado
a Santiago, fue corriendo hacia él para implorar su perdón. Este hombre se
convirtió a Cristo. Santiago le preguntó si deseaba ser bautizado. Él dijo que
sí, por lo que el apóstol lo abrazó y le dijo: "Tú serás bautizado en tu
propia sangre". Y así se cumplió más adelante, siendo Josías asesinado
posteriormente por su fe.
En otro tramo del recorrido, una
mujer se acercó a Santiago con su hijo ciego para alcanzar de él la curación
para su hijo, obteniéndola de inmediato.
Una vez llegado al Monte Calvario,
el mismo lugar donde años antes fue crucificado nuestro Señor, Santiago fue
atado a unas piedras. Le vendaron los ojos y le decapitaron.
El cuerpo de Santiago estuvo un
tiempo en las cercanías de Jerusalén. Cuando se desencadenó una nueva persecución,
lo llevaron a Galicia (España) algunos discípulos.
En siglos posteriores y hasta el
momento actual, numerosos fieles, principalmente de Europa, recorren
parcialmente el "Camino de Santiago" que les conduce a la tumba del
Santo, con el fin de pedir perdón por sus pecados.
Sus restos permanecen en la bella
catedral dedicada en su nombre en Compostela, España