lunes, 18 de junio de 2012

Cecilia Eusepi (segunda parte)

Como santa Teresita

El diario se detiene bastante en los años de la infancia, Cecilia usa un estilo repleto de imágenes y comparaciones tiernas e infantiles, que se desenvuelven en una narración conmovida y rica de detalles. Cecilia tiene un recuerdo extraordinario de los objetos y emociones vividas desde sus primeros años y junto a la percepción de ser frágil aparece clara en ella desde el principio la percepción de ser amada de manera particular, sin ningún mérito personal. 
A veces nos hacen sonreír sus expresiones dialectales e ingenuas, que contrastan aparentemente con la sabiduría que caracteriza sus reflexiones. Quien lea esta narración tal vez se asombre por el modo infantil y confidencial que tiene Cecilia de hablar de su vínculo de pertenencia a Jesús: «Sí, amo tanto a Jesús… pero ¿dónde están las obras? ¿Las obras que demuestren este amor? No las tengo… padre, pero no me asusto, volaré hacia Él con las alas de mis grandes deseos, o, mejor, trataré de ser una niña pequeña, para estar siempre en Sus brazos, ¿qué obras se pueden pretender de los niños? Éstos para demostrar su cariño usan solo caricias y besos, no ofrecen nada más que pequeñas y humildes flores de campo, pudiendo tener cuantas quieran». Toda la sabiduría de Cecilia reside en este ser niño, abandonado a la gracia de Dios. Igual que santa Teresita del Niño Jesús. 
Ella misma lo dice: «Llegaré a Jesús por un pequeño sendero, breve, muy breve, que me ha trazado Teresita del Niño Jesús». La lectura de la Historia de un alma fue lo que despertó en Cecilia, siendo aún niña, su deseo de abrazar la vida religiosa. «Desde pequeña me preocupaba por los trabajos de los misioneros. Los buenos padres hablaban de tierras lejanas, de conversiones y bautismos. Las aspiraciones más grandes colmaban mi corazón, yo también esperaba ir lejos donde nadie me conociera para hacer que conocieran y amaran a Jesús igual que lo amaba yo, deseaba la salvación de las almas de los pobres infieles; sellaría mi fe con la sangre.
La «pequeña nada» de Jesús

El 23 de octubre de 1926, con su regreso a Nepi, comienza para Cecilia el último breve y doloroso camino de su vida, marcado por la manifestación y agudizamiento progresivo de la tuberculosis. Periodo que es aún más doloroso por la soledad de lo que ella llamará «el exilio en La Massa». Un exilio que le hace sufrir porque era consciente de que no tomaría los votos, por la lejanía de Nepi y las calumnias de los propietarios de la finca. Su único consuelo, la devoción filial a la Virgen Dolorosa, que ella llama su «corazón», y a la Eucaristía, su «tesoro», que el padre Roschini dos veces a la semana, con cualquier condición de tiempo, le lleva puntualmente. Rompen, sin embargo, este exilio las frecuentes visitas de los campesinos, de los compañeros de la Acción católica y de los jóvenes del seminario acompañados por los padres, que no pocas veces le piden a esta muchachita enferma y poco instruida consejos para sus homilías. 

En estos últimos años Cecilia tendrá una conciencia lucidísima del “caminito”: «Humildad, abandono, amor». «Abandono», escribe, «¡qué preciosa es esta virtud! ¡Oh, si todos te comprendieran, la tierra se transformaría en antecámara del Paraíso! Nos hace descansar tranquilamente sobre las rodillas de Jesús, nos hace dormir posando nuestra cabeza en el corazón de Él, nos hace vivir felices, porque abandonados a este amigo estamos seguros de nuestro destino. Como el niño que debe atravesar de noche un bosque tupido con su madre, y se agarra a las faldas de ésta seguro de que su madre lo llevará a buen puerto, así es el alma que se abandona a Jesús». 

Hasta el final le acompañará esta sencillez y alegría, murió cantando las oraciones a María que había aprendido de pequeña. Era el 1 de octubre de 1928. También esta fecha parece una coincidencia. Teresa había fallecido el día antes, el 30 de septiembre de 1897. Y en 1927, año en que Pío XI la proclamó patrona de las misiones, el 1 de octubre Teresa se le apareció en sueños a Cecilia, como queda documentado en el diario, anunciándole la muerte justamente en ese día.

«Cuando murió», recuerda un anciano labrador que la conoció, «algunos decían: “Ha muerto una santa”, pero otros decían que era sólo buena, una buena chica que había sufrido y criticaban a los primeros como si tuvieran que hacer santos a la fuerza. Pero su funeral fue una fiesta, fue como ir a una boda. Los Siervos de María dieron en su honor una comida y aquel mismo día les llegó, de benefactores lejanos, una consistente cantidad de dinero que sirvió para resolver las estrecheces económicas del seminario. Justamente como Cecilia había dicho y deseado». Cecilia hubiera querido reposar para siempre en la iglesia de San Tolomeo, al pie del altar de la Dolorosa, allí donde estaba su “corazón”. 

También este deseo se cumplió. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando por temor de los bombardeos los frailes decidieron trasladar sus restos mortales dentro de la iglesia, se abrió el ataúd y los presentes vieron con sorpresa que el cuerpo estaba intacto (igual que está hoy) «y tan suave era la piel», recuerda el padre Pietro, párroco actual de San Tolomeo, «que parecía que estaba durmiendo… Al vestirla nos dimos cuenta de que en la espalda tenía una amplia herida que dejaba ver las entrañas, fue doble nuestra sorpresa cuando notamos que no había ninguna señal de la devastación producida por la tuberculosis». 


«Todo consiste», había escrito Cecilia al principio de la Historia de un payaso, «en reconocer la propia nada… Estoy segura de que si Jesús hubiese hecho a otra alma las mismas gracias que me ha hecho a mí, la aureola de santidad no hubiera tardado en ceñir esta cabeza, pero Jesús, al que le gusta bromear con sus criaturas, se complace en colmar de gracias a las que nadie se espera, que quizás no son dignas, que ve más miserables, para hacer resplandecer mayormente su misericordia, complaciéndose en su confusión y su asombro».

«… Como un payaso medio bobo e inútil». 
Esta es sólo la historia de una muchacha. La historia de una breve vida, que pocos han conocido. No era un genio, no ha dejado ninguna obra. Nada sensacional ni especial. Salvo que para Alguien fue, en cambio, muy preciosa. Hasta ella misma se maravillaba: «A veces asombrada me pregunto, qué atractivo puede haber hallado en mí Jesús que lo atrae hacia mi nada, que me colma con sus cuidados más afectuosos. Mi debilidad extrema, esta es la única respuesta posible».
stefania Falasca 

domingo, 17 de junio de 2012

Cecilia Eusepi (primera parte)



 Orden Seglar Siervos de María
primera beata seglar
beatificación 17 de junio 2012




Nepi es una antigua ciudad de la Tuscia a cuarenta kilómetros de Roma. Una de las tantas soñolientas ciudades de provincia que antaño pertenecían a la Italia campesina. 

En este ambiente fue a vivir Cecilia, que venía de Monte Romano, el pueblo vecino donde había nacido el 17 de febrero de 1910, la última de once hermanos. Con su madre viuda y el tío materno se estableció a tres kilómetros de la ciudad, en el caserío “La massa”, propiedad de los duques Lante della Rovere, donde su tío trabajaba como granjero. 

Muy vivaz y sensible, Cecilia crece rodeada de un cariño particular, sobre todo por parte de su tío, a cuyos cuidados se la había confiado su padre antes de morir. A los seis años, igual que tantas niñas del pueblo, la mandaron a la escuela en el internado para huérfanas de guerra del monasterio cisterciense de Nepi. Por su destacada sensibilidad y rapidez en aprender todo lo que se le enseñaba, las monjas no escondían su esperanza de verla un día en el claustro. Pero no era la vida monástica lo que atraía a Cecilia. 

A cien metros del convento se hallaba la parroquia de San Tolomeo, regida por los Siervos de María, y al lado el seminario, entonces lleno de aspirantes a sacerdotes para las misiones. En torno a la parroquia de San Tolomeo giraba toda la vida juvenil de la ciudad. Cecilia, una vez terminada la escuela primaria, pasaba aquí su tiempo, y es en este contexto donde madura tempranamente y con sorprendente claridad su vocación. 

Tanto es así que a la edad de doce años, con otras compañeras mayores, pide entrar como terciaria en la orden de los Siervos de María y el año siguiente, a pesar de su joven edad y los intentos de hacerle cambiar de opinión por parte de sus familiares, el obispo le da la dispensa para entrar como postulante en las Mantellate Siervas de María. Irá a estudiar a Roma, Pistoia, y luego a Zara. Pero su aspiración de ir a las misiones no se cumplirá. En octubre del 26, debido a la enfermedad que dos años después la llevará a la muerte, regresa a Nepi.

Esta es toda su breve vida. Y de todas sus circunstancias habla Cecilia misma en su narración autobiográfica Historia de un payaso. Título humorístico, emblemático de la consideración que tenía de sí misma: «Un payasín», nada más. Escribe para obedecer al padre Gabriele Roschini, su confesor, a quien se lo entrega en junio del 27 en un viejo cuaderno de escuela. «Padre, perdóneme si soy tan desordenada… perdone el título», le dice riendo, «pero no he encontrado otro mejor para mi historia». 
La petición de escribir un diario nace del cardenal Alessio Lepicier, de la orden de los Siervos de María, que durante sus visitas a Nepi había tenido ocasión de conocer a esta hermosa muchachita de mirada clara. Lo refiere el padre Roschini en el proceso: «Un día Su Eminencia me recibió en audiencia y le informé que Cecilia había regresado a Nepi debido a la enfermedad, y Su Eminencia me dijo: “Esa muchacha es un signo de la gracia de Dios. Es un alma elegida. Padre, haría usted bien si le pidiese a la joven que escriba un diario. Estoy seguro de que nos será de provecho”». 
La historia sencilla de «un payaso» comienza precisamente con la intención de obedecer a la voluntad de los superiores, a pesar de que le costara fatiga, por los sufrimientos que le provocaba la enfermedad: «…De buena gana me preparo a este trabajo, sabiendo que es grato a Jesús, ante todo obedeciendo, luego manifestando Su misericordia infinita hacia mí, pequeña y debilísima florecilla». 



La causa de beatificación se presento poco despues de su muerte ocurrida en 1928

1 de junio de 1987 Juan Pablo II la declara venerable

El 1 de julio del 2010 el papa Benedicto XVI autorizó el decreto en base a un milagro atribuido por la intersección de la venerable sierva de Dios Cecilia Eusepi

Sera beatificada el 17 de junio del 2012

sábado, 16 de junio de 2012

Sagrado Corazón de María




Ésta fiesta está íntimamente vinculada con la del Sagrado Corazón de Jesús, la cual se celebra el día anterior, viernes.

Ambas fiestas se celebran, viernes y sábado respectivamente,  en la semana siguiente al domingo de Corpus Christi.  Los Corazones de Jesús y de María están maravillosamente unidos en el tiempo y la eternidad desde el momento de la Encarnación. La Iglesia nos enseña que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de María. Por eso nos consagramos al Corazón de Jesús por medio del Corazón de María.

La fiesta del Corazón Inmaculado de María fue oficialmente establecida en toda la Iglesia por el papa Pío XII, el 4 de mayo de 1944, para obtener por medio de la intercesión de María "la paz entre las naciones, libertad para la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a la pureza y la práctica de las virtudes". Esta fiesta se celebra en la Iglesia todos los años el sábado siguiente al segundo domingo después Pentecostés.

Después de su entrada a los cielos, el Corazón de María sigue ejerciendo a favor nuestro su amorosa intercesión. El amor de su corazón se dirige primero a Dios y a su Hijo Jesús, pero se extiende también con solicitud maternal sobre todo el género humano que Jesús le confió al morir; y así la alabamos por la    santidad de su Inmaculado Corazón y le solicitamos su ayuda maternal en nuestro camino a su Hijo. 

Una práctica que hoy en día forma parte integral de la devoción al Corazón de María, es la Devoción a los Cinco Primeros Sábados. En diciembre de 1925, la Virgen se le apareció a Lucía Martos, vidente de Fátima y le dijo: "Yo prometo asistir a la hora de la muerte, con las gracias necesarias para la salvación, a todos aquellos que en los primeros sábados de cinco meses consecutivos, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen la tercera parte del Rosario, con intención de darme reparación". Junto con la devoción a los nueve Primeros Viernes de Mes, ésta es una de las devociones más conocidas entre el pueblo creyente.

El Papa Juan Pablo II recientemente declaró que la conmemoración del Inmaculado Corazón de María, será de naturaleza "obligatoria" y no "opcional". Es decir, por primera vez en la Iglesia, la liturgia para esta celebración debe de realizarse en todo el mundo Católico.

Entreguémonos al Corazón de María diciéndole: "¡Llévanos a Jesús de tu mano! ¡Llévanos, Reina y Madre, hasta las profundidades de su Corazón adorable! ¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!

viernes, 15 de junio de 2012

Sagrado Corazón de Jesús



Jesús Manso y Humilde de Corazón
Haced mi Corazón Semejante al Vuestro

La devoción al Corazón de Jesús es de origen medieval, siendo los escritos de santa Matilde de Hackeborn, santa Gertrudis de Helfta y la beata Ángela de Foligno los testimonios más antiguos. Sin embargo, la fuente más importante de la devoción, en la forma en que la conocemos actualmente, es Santa Margarita María Alacoque de la Orden de la Visitación de Santa María, a quien Jesús se le apareció. En dichas apariciones, Jesús le dijo que quienes oraran con devoción al Sagrado Corazón, recibirían muchas gracias divinas. 

El confesor de santa Margarita María Alacoque fue San Claudio de la Colombière, quien, creyendo en las revelaciones místicas que ella recibía, propagó la devoción. Los jesuitas extendieron la devoción por el mundo a través de los miembros de la Compañía, y los libros de los jesuitas Juan Croisset y José de Gallifet fueron fundamentales para esta difusión. A pesar de controversias y de opositores, como los jansenistas, los fieles confiaron en la promesa que Jesús hizo a la Santa: "Mi Corazón reinará a pesar de mis enemigos"'.

El padre Mateo Crawley-Boevey SS.CC. ideó un movimiento de regeneración de las familias y de la sociedad a través de una cruzada moral, y para ello fundó la Obra de la Entronización del Sagrado Corazón en los Hogares, con repercusiones en todo el orbe. Uno de sus intereses fue conseguir el establecimiento del Reinado Social.

A mediados del siglo XX, el capuchino Italiano san Pío de Pietrelcina y el beato León Dehon promovieron y revivieron el concepto de la oración dirigida al Sagrado Corazón de Jesús.

El Sagrado Corazón en el Magisterio de la Iglesia

En su encíclica papal Auctorem Fidei, Pío VI mencionó la devoción al Sagrado Corazón.

Después de las cartas de la beata María del Divino Corazón (1863-1899) con la petición, en el nombre del propio Cristo, para que el papa León XIII consagrara el mundo entero al Sagrado Corazón de Jesús, el pontífice designó comisiones de grupos de teólogos para examinar su petición sobre la base de la revelación mística y la tradición sagrada. Esta investigación resultó positiva. Siguiendo la revisión teológica, León XIII, en su encíclica Annum Sacrum (25 de mayo de 1899) dijo que la humanidad en su totalidad debía ser consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, declarando su consagración el 11 de junio del mismo año.

Pío XII desarrolla en su encíclica Haurietis Aquas el culto al Sagrado Corazón que queda en parte plasmado en el siguiente punto del Catecismo de la Iglesia Católica:

En el punto 478 que "Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es considerado como el principal indicador y símbolo...del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres" (Pio XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812)

jueves, 7 de junio de 2012

Corpus Christi

Corpus Christi es la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía.
Este día recordamos la institución de la Eucaristía que se llevó a cabo el Jueves Santo durante la Última Cena, al convertir Jesús el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre.
Es una fiesta muy importante porque la Eucaristía es el regalo más grande que Dios nos ha hecho, movido por su querer quedarse con nosotros después de la Ascensión.
Origen de la fiesta:
Dios utilizó a santa Juliana de Mont Cornillon para propiciar esta fiesta. La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Por diferentes intrigas tuvo que irse del convento. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.
Juliana, desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre añoraba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haberse intensificado por una visión que ella tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.
Ella le hizo conocer sus ideas a Roberto de Thorete, el entonces obispos de Liège, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos; a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Liège, después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén y finalmente al Papa Urbano IV. El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.
El obispo Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez por los cánones de San Martín en Liège. Jacques Pantaleón llegó a ser Papa el 29 de agosto de 1261. La ermitaña Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo y quien también era ferviente adoradora de la Santa Eucaristía, le insistió a Enrique de Guelders, obispo de Liège, que pidiera al Papa que extendiera la celebración al mundo entero.
Urbano IV, siempre siendo admirador de esta fiesta, publicó la bula “Transiturus” el 8 de septiembre de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio. Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido admirado aun por Protestantes.
La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. Pero el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. Publicó un nuevo decreto incorporando el de Urbano IV. Juan XXII, sucesor de Clemente V, instó su observancia.
Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes en a partir del siglo XIV.
La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306; en Worms la adoptaron en 1315; en Strasburg en 1316. En Inglaterra fue introducida de Bélgica entre 1320 y 1325. En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.
En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.
El Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
El milagro de Bolsena
En el siglo XIII, el sacerdote alemán, Pedro de Praga, se detuvo en la ciudad italiana de Bolsena, mientras realizaba una peregrinación a Roma. Era un sacerdote piadoso, pero dudaba en ese momento de la presencia real de Cristo en la Hostia consagrada. Cuando estaba celebrando la Misa junto a la tumba de Santa Cristina, al pronunciar las palabras de la Consagración, comenzó a salir sangre de la Hostia consagrada y salpicó sus manos, el altar y el corporal.
El sacerdote estaba confundido. Quiso esconder la sangre, pero no pudo. Interrumpió la Misa y fue a Orvieto, lugar donde residía el Papa Urbano IV.
El Papa escuchó al sacerdote y mandó a unos emisarios a hacer una investigación. Ante la certeza del acontecimiento, el Papa ordenó al obispo de la diócesis llevar a Orvieto la Hostia y el corporal con las gotas de sangre.
Se organizó una procesión con los arzobispos, cardenales y algunas autoridades de la Iglesia. A esta procesión, se unió el Papa y puso la Hostia en la Catedral. Actualmente, el corporal con las manchas de sangre se exhibe con reverencia en la Catedral de Orvieto.
A partir de entonces, miles de peregrinos y turistas visitan la Iglesia de Santa Cristina para conocer donde ocurrió el milagro.
En Agosto de 1964, setecientos años después de la institución de la fiesta de Corpus Christi, el Papa Paulo VI celebró Misa en el altar de la Catedral de Orvieto. Doce años después, el mismo Papa visitó Bolsena y habló en televisión para el Congreso Eucarístico Internacional. Dijo que la Eucaristía era “un maravilloso e inacabable misterio”.

Recordar en familia lo que es la Eucaristía
 ¿Qué es la Eucaristía?
La Eucaristía es uno de los siete Sacramentos. Nos recuerda el momento en el que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. Éste es el alimento del alma. Así como nuestro cuerpo necesita comer para vivir, nuestra alma necesita comulgar para estar sana. Cristo dijo: "El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día."
¿En qué nos ayuda la Eucaristía?
Todos queremos ser buenos, ser santos y nos damos cuenta de que el camino de la santidad no es fácil, que no bastan nuestras fuerzas humanas para lograrlo. Necesitamos fuerza divina, de Jesús. Esto sólo será posible con la Eucaristía. Al comulgar, nos podemos sentir otros, ya que Cristo va a vivir en nosotros. Podremos decir, con San Pablo: "Vivo yo, pero ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí."
¿En qué parte de la Misa se realiza la Eucaristía?
Después de rezar el Credo, se llevan a cabo: el ofertorio, la consagración y la comunión.
Ofertorio: Es el momento en que el sacerdote ofrece a Dios el pan y el vino que serán convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Nosotros podemos ofrecer, con mucho amor, toda nuestra vida a Dios en esta parte de la Misa.
Consagración: Es el momento de la Misa en que Dios, a través del sacerdote, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. En este momento nos arrodillamos como señal de amor y adoración a Jesús, Dios hecho hombre, que se hace presente en la Eucaristía.
Comunión: Es recibir a Cristo Eucaristía en nuestra alma, lo que produce ciertos efectos en nosotros:
·         nos une a Cristo y a su Iglesia,
·         une a los cristianos entre sí,
·         alimenta nuestra alma,
·         aumenta en nosotros la vida de gracia y la amistad con Dios,
·         perdona los pecados veniales,
·         nos fortalece para resistir la tentación y no cometer pecado mortal.
¿Qué condiciones pone la Iglesia para poder comulgar?
La Iglesia nos pide dos condiciones para recibir la comunión:
Estar en gracia, con nuestra alma limpia todo pecado mortal.
Cumplir el ayuno eucarístico: no comer nada una hora antes de comulgar.
¿Cada cuánto puedo recibir la Comunión Sacramental?
La Iglesia recomienda recibir la Comunión siempre que vayamos a Misa. Es obligación recibir la Comunión, al menos, una vez al año en el tiempo de Pascua, que son los 50 días comprendidos entre el Domingo de Resurrección y el Domingo de Pentecostés.
¿Qué hacer después de comulgar?
Se recomienda aprovechar la oportunidad para platicarle a Dios, nuestro Señor, todo lo que queramos: lo que nos alegra, lo que nos preocupa; darle gracias por todo lo bueno que nos ha dado; decirle lo mucho que lo amamos y que queremos cumplir con su voluntad; pedirle que nos ayude a nosotros y a todos los hombres; ofrecerle cada acto que hagamos en nuestra vida.
¿Qué hacer cuando no se puede ir a comulgar?
Se puede llevar a cabo una comunión espiritual. Esto es recibir a Jesús en tu alma, rezando la siguiente oración:
"Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo sacramentalmente,
ven al menos espiritualmente a mi corazón.
Quédate conmigo y no permitas que me separe de ti.
Amén"

jueves, 31 de mayo de 2012

La visitación de María a su prima Santa Isabel




La Virgen María (después de la encarnación del Verbo en su seno, visita a su prima Isabel que esperaba un niño (San Juan Bautista). Isabel reconoce a la Virgen como "lamadre de mi Señor".

Lucas 1:39-46
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá;  entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 
Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo;  y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;  y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?  Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.  ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor...

La celebración de la fiesta es iniciativa de San Buenaventura, franciscano, en el 1263. El Papa Urbano VI (reinó del 1378-89), la extendió a toda la Iglesia, pidiendo el fin del cisma que sufría la Iglesia.


En el misterio de la Visitación, el preludio de la misión del Salvador
Catequesis mariana
Santo Padre Juan Pablo II
2 de octubre de 1996

En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.
El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, use el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se use en los evangelios pare indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27¬28; 15, 18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.
El texto evangélico refiere, además, que María realice el viaje "con prontitud" (Lc 1, 39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: 'Ya reina tu Dios'!" (Is 52, 7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10, 15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.
La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9, 51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1, 40).

San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1, 41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: 'Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno'" (Lc 1, 41¬42).
En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres" indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye pare ella su visita: "De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba pare dirigirse al rey (cf. IR 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110, 1). El ángel había dicho de Jesús: "EI Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1, 32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20, 28; Hch 2, 34-36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). La intervención de María produce, junto con el don del Espíritu Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, esta destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

domingo, 27 de mayo de 2012

Ven Espiritu Santo

PENTECOSTES 



Origen de la fiesta
Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés.
En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.
La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés.
En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.
La Promesa del Espíritu Santo
Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles: “Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad” (San Juan 14, 16-17).
Más adelante les dice: “Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho.” (San Juan 14, 25-26).
Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa: “Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,... muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa,... y os comunicará las cosas que están por venir” (San Juan 16, 7-14).
En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la fiesta de Pentecostés.
Explicación de la fiesta:
Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.
Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.
En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.
Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.
¿Quién es el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.
Señales del Espíritu Santo:
El viento, el fuego, la paloma.
Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El fuego es un elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos para purificar a los instrumentos se les prende fuego.
El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.
Nombres del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador.
Misión del Espíritu Santo:
·         El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.
·         El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.
·         El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.
·         El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.

El Espíritu Santo y la Iglesia:
Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con sus dones.
El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
Por ejemplo, puede inspirar al Papa a dar un mensaje importante a la humanidad; inspirar al obispo de una diócesis para promover un apostolado; etc.
El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesucristo.
El Espíritu Santo construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia.
El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a través de sus siete dones.
Los siete dones del Espíritu Santo:
Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.
SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente.
ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el por qué de las cosas que nos manda Dios.
CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.
CONSEJO: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien.
FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio.
PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.
TEMOR DE DIOS: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él.